Cada ciudad puede ser otra

Y ahoraCenamos arroz con verduras y soja en una casita a la que solo le falta la bombilla verde (Layla acoge).Roncito para rememorar anécdotas y alargar un día más este final de viaje en Madrid.Primero un par de días en Budapest, dónde una suena una alegre melodía en cada estación de metro. Gente maravillosa y el café Monmatre, ciudad con alma y un mío-nuestro-de todos, barrio periférico con McDonals y todo. Viena des-encantadora con sus avenidas en vez de calles, con monumentos imperiales en vez de cafés con encanto, con souvenirs en vez de músicos callejeros y al final la mágica Praga (por fin completé el último vértice de la magia negra: Torino-Berlín-Praga). Ciudad vieja y nueva, durmiendo en un psiquiátrico electrificado en los suburbios a los que llega la penúltima parada de la línea roja de metro. Pero sobretodo un bar de moteros en el que bebíamos medio litro de birra negra por 50centimos, más comiditas, capuccinos, el descubrimiento de un nuevo músculo, todas las ciudades que me recuerdan a otras, y toda la gente que me imagino cruzándolas, más una tribu de italianos pubérticos repartidos bajo cada adoquín, todo ello con la guinda final de un loco chico checo que resultó tener sesentaitantos y pretendió persuadirnos.Y por supuesto, leer a la Osita y Shep en el avión (otra vez Cortázar a medias).Ummm me quedo con tantas cosas y desecho tantas otras.Centro-europa no es lo que había soñado, prefiero un barrio entrañable que la mejor catedral del mundo.