España es un país muy grande, tiene forma de piel de toro –de esas que pintaban los hombres de las cavernas en Altamira-Está rodeada de agua por casi todas partes, -menos por el norte, por los pirineos, que nos comunican con Francia- por eso dicen que es una península, la península ibérica.Pero la península no es sólo una península, también hay ínsulas.Dos archipiélagos de islas, uno a la derecha; “Las pitiusas” o Baleares, y otro a la izquierda, muy abajo a la izquierda, casi más cerca de la costa africana: “Las canarias”.Las canarias se llaman canarias porque los conquistadores que llegaron vieron que los aborígenes –los primeros habitantes de las islas- tenían muchos perros, muchos canes, por eso el perro típico de esas tierras, el presa canario, es conocido como la más grande de sus islas “Gran Can”.En mi viaje en busca de reencuentros y aventuras viajé hasta Tenerife, la isla con forma de pato, aunque hay seis más (Lanzarote, Fuerteventura, el Hierro, La Gomera, Gran Canaria y la Palma).Al salir del avión me di cuenta de que aquella isla era mágica. Él ritmo del tiempo era diferente, la luz, la gente, el verde, el olor a sal atlántica.Mi amiga vivía en una casa hermosa, en una ciudad llamada “La Laguna” llena de casas de colores y calles estrechas.Viajé con ella desde el bosque de “Ánaga” en la cabeza, hasta el “Médano” en el sur. Atravesé la playa de La Punta, nos bañamos en Radasur y La Tejita, conocí San Isidro y Las Vegas, el Puerto, el Sauzal…Normalmente acompañaba a mi amiga al trabajo y paseaba por esos lugares mientras imaginaba hermosas historias de los primeros moradores: los guanches.Un pueblo de gentes de piel morena y pelo rubio, agricultores y pastores que vivían en las islas hace muchísimos años, antes de que los conquistadores los transformaran en gente normal.Los guanches tenían reyes y princesas, y un sin fin de cuentos hermosos sobre la naturaleza y los dioses, su comida era muy rica y aún perduran algunas recetas.Un día, caminando por La Orotava, una hermosa ciudad con olor a Cuba, situada en la ladera del volcán Teide, descubrí un jardín botánico.Me gustan los jardines botánicos, sobre todo si son tropicales y caóticos. Prefiero ver crecer las plantas a sus anchas que pasear por senderos perfectamente ordenados.Y como estaba muy cansada me senté en un banco a escribir un rato y me fijé en lo que tenía frente a mí.Un Drago. Los dragos son árboles altísimos y legendarios, sólo crecen allí en las islas.De repente me quedé pensando si aquello era una planta o un animal. Con el tronco largo como el de una palmera pero lleno de escamas como las de los lagartos y mil copas como mil cabezas que acababan en una especie de palmito verde que bien podían ser coronas.Me imaginé que quizás, aquello era medio planta medio animal, una especie de ser verde con sangre roja y es que así llaman a su sabia “Sangre de Drago” y era usada por los guanches para remedios médicos y mágicos.Me quedé un rato más en el banco, fascinada, pensando en lo hermosa que era aquella isla. El mar y el fuego, debajo de mis pies seguramente la lava estaría caliente. El volcán Teide sigue en activo, sigue siendo un volcán de verdad, un lugar por donde la tierra respira y cuando las cosas respiran se nota.Fue hermoso sentir esa energía en el suelo, en el aire… Tenerife es una isla mágica y quizás los dragos fueran los auténticos dragones de los cuentos, y nacieran de algún lugar del fondo del fuego y del agua.
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